sábado, 9 de febrero de 2013

Que bonito...

Se tira al suelo, dramáticamente y exclama:
-¡Oh! ¡necesito a alguien que me muestre la luz...!

Hay un pequeño silencio mientras ella solloza. Llaman a la puerta. Dudosa se seca las lagrimas, se incorpora y la abre. Es un tío que la enfoca en la cara con una linterna y se va.

Gracias mundo


Mi propio espejo

Mi carcajada resuena con eco propio... Esta hueca al igual que este maldito sitio. Arrojo una lata a la nada. No se escucha, no cae, tampoco se si sigue o sube. Ni el silencio me responde.
Pego un puñetazo a un muro. Veo mi impotencia vencida cuando se deshace, como si atravesara una nube. Caigo a este suelo inestable y me doy cuenta de que mi puño sangra. Con ello caigo en el hecho de que no sirve de nada enfadarse. Mi ira será mi propia destrucción.
Pese a todo, sigo preguntándome porqué me martirizo... Por el amor de dios no es más que un sueño... Una fantasía.
Por dios Vanessa, ¿que te pasa? Nada de esto tiene sentido. Y me vuelvo a reír.
Soñar con algo que no se puede soñar. Ilusionarse sin pruebas de que algo sea cierto y... desilusionarse. Cabrearse después para encontrarme conmigo misma frente al espejo entendiendo que estoy mal por no conseguir algo que no debería ni pensar, que no sabía desde un principio si era cierto y por algo que se perfectamente que tendría que rechazar.
¿Buscas eso, maldita miserable? Busco solo hacer daño para mi propia satisfacción. No valgo ni un insulto.

-Es que veo que la vitalidad se escapa entre mis manos, la libertad.
-¿Libertad? ¿A qué te refieres? A pasarte el día autocompadeciendote, haciéndoselo ver a los demás y caminando en busca de alguien que te quiera sintiéndote tan mal por todos tus errores que, por cierto, fueron todos culpa tuya?
-¿Ya empezamos?
-Esto nunca ha acabado
-Y por lo que veo nunca acabará
-No hasta que dejes de existir
-Me suicidaré, entonces.
-Si, seguro. Porque eres una cobarde que no quiere enfrentarse a su propia mierda. Siempre tomas la decisión más fácil.
-No es cierto, y lo sabes.
-No importa lo que sepa yo... pero... ¿y tu? ¿Qué sabes?
-Mucho, poco... ¿Qué importa?
-Importa, cosas como que lo que no puedes dar emocionalmente... lo que no puedes dar por la decadencia de tu ser, por ser impotente y poco imaginativa te lo cobras en capital. Por ejemplo. Algo precioso, por cierto.
-Cierra la puta boca, asco de ser.
-Eso, insúltame a mi. Pero que no se te olvide que estás hablando con tu propio reflejo.

Tiré otra lata y el espejo se rompió en mil pedazos... No sangraba, pero por dentro estaba destrozada...

No hay título imaginativo

"Háblame" me dijo, "hazme caso" imploró.

Llévame al Hades, pues ya no me queda tiempo en esta tierra. Y vagará mi alma descarriada, guiada por la sinrazón en un mar de llantos. Beberé de la laguna estigia y mi memoria se irá con mi recuerdo.
Ah, Olimpo... ¿Donde fui a parar? destierro infortuito que sufrí bajo vuestros rayos. Las sirenas me llevaron, las arpías me atraparon y las musas... oh., musas... ellas ya hace mucho que me abandonaron.
Y el lamento será ahora la cascada que me despierte. Y el tormento la casa que me resguarde. El odio y la venganza el sentimiento que me impulsen. Y la lujuria la sensibilidad que me sacuda.
Caminante sin camino, no hago camino, retrocedo hasta empezar. Renaceré cual fénix, será un nuevo despertar.

Las campanas se agitan y yo estoy a su lado. Ya estoy sorda, no oigo tu voz así que guíame con las manos. Acaricia mi espalda, luego salta a mi garganta y... siento el desgarro. Son mis cuerdas vocales llevando al sonido a su punto álgido.

Lo didáctico lo decidirán tus dedos. Enséñame, enséñame a sentir tu calor y a confundirme con tu aroma. Arrópame entre tus senos, déjame resguardarme en tu boca y que mi techo sean tus ojos acaramelados.
Danza contenta, yo te miraré sentada, esperando el momento en el que te confundas con mis sábanas.

Desamparada, sola, huérfana de la creatividad que me impulsaba. Y es que es como arrancarme el alma, mi amada, solo tu me dabas todo lo que necesitaba.
Inspiro, espiro y las caladas de un cigarrillo ficticio quemaron mi casa. Fue mi locura que en un abrir y cerrar de ojos se desbordó abriendo así la caja...

Capítulo 3

http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=92692&chapid=331911

lunes, 4 de febrero de 2013

Capitulo 2

(Si quereis leerlos mejor mirad en http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=92692 mirando en capitulo 2)

Se acercaban a mí… esas mismas siluetas blancas… Parecían bailarinas que jugaban a mi alrededor, tentándome o quizás burlándose. Escuchaba su canto, pero este se tornaba en un pitido irritable. Una sirena, unas campanas, ya no distinguía nada. Y mientras tanto aquellas sirenas venían hacia mí, inmaculadas, poniendo sus manos sobre mi cuerpo.
Una sacudida me despertó, la cabeza me dolía y tenía un amargo sabor de boca. Fui abriendo los ojos y de un respingo casi me caigo de aquella altura. Miré a mi alrededor, estaba en un camino, el bosque pasaba a mi alrededor y yo mientras iba montada de mala manera en los cuartos traseros de un caballo. Sus huesos se clavaban en mi estómago, ya que estaba medio recostada, como si alguien me hubiera puesto así cual saco de patatas. Me retorcí y sentí un agudo dolor en la espalda.
-¡Silencio! ¡Cómo no dejes quieto tu trasero me encargaré de que no poduedas moverlo en una buena temporada!
Aquello me había pillado tan de sorpresa que no sabía bien que responder. Enseguida mi carácter me perdió.
-¡¿Pero de qué vas, so chulo?! ¡Bájame ahora mismo de aquí! ¡Tengo mis derechos, animal!-pataleé tratando de bajarme del caballo, pero no estaba muy convencida, no parecía muy seguro bajarse de ahí en marcha, mucho menos a esa altura. En algo que no había caído hasta ese momento era en que me llevaba en caballo. ¿Qué pasa, no tenían un pequeño coche o algo? Esto tenía que ser un parque nacional o algo así… ¿Pero cómo había acabado en este sitio, fuera el lugar que fuera? Todo era muy desconcertante… Igual había tenido un episodio de amnesia…
-¡Ya me cansaste!-aquel hombre al que apenas veía bien se bajó del caballo y como si fuera una pluma me cogió y me tiró al suelo. Algo de arena se levantó, cerré la boca fuerte para que no me entrara dentro, al igual que los ojos. Me giré rápidamente, aun en el suelo.
-¡¿Pero qué coñ…?!-No me dio tiempo de terminar la frase cuando sentí su bota en mis costillas. ¿Qué tipo de gente era esta? Aquel patadón había sido como si me diesen con una barra de acero. Abrí los ojos mientras me agarraba la zona dolorida y le miré de arriba abajo. No sabía ya en qué punto estaba mi razón o mi locura. ¡Aquel hombre iba vestido con una armadura! “Esto tiene que ser un amargo sueño…” pensé “No hay otra explicación”. Le observé con el mayor detenimiento que pude antes de que volviera a golpearme. Era una armadura grisácea, donde podía distinguir debajo una cota de maya. En el cinto se podía apreciar lo que parecía una espada y a su espalda una capa blanca. No pude ver más, apreté los ojos y me hice una bola, esperando que parada ese malnacido para poder levantarme y darle una paliza.
Una dulce voz sonó tras mis espaldas.
-¡Alto! ¡Deteneos! No es menester este tormento. Os ordeno que ceséis esta tortura.-Tras sus palabras, no hubo más golpes. Me subieron al caballo, aun sin delicadeza y seguimos andando. Estaba bastante dolorida como para volver a quejarme, pero a dios ponía por testigo que ese cabrón recibiría su merecido… me había quedado con su cara. Era un hombre alto, fornido, con un espeso bigote sobre los labios y perilla bajo ellos. Su pelo era negro y los ojos habría jurado que eran marrones. Me había quedado bien con sus facciones, si le volvía solo por la calle se iba a enterar.
El trotar del caballo era incómodo, pero me acabé acostumbrando. Estaba más preocupada, en realidad, por el dolor aun reciente y no caerme de bruces contra el suelo. Mi mirada se desvió hacia el resto de personas. Había tres más… caballeros… o frikis… o lo que diablos fueran. Pero había tres más que estaban vestidos con una armadura muy parecida a la del perro este que iba a mi lado, pero ninguno más llevaba capa. Nadie hablaba y cuando ya creía que no había nadie más recordé aquella voz, y aquella mujer con la que me había encontrado. Miré hacia todos lados hasta que la pude ver, por adelante, pero no demasiado. Estaba de espaldas, trotando al ritmo en otro caballo, pero este a diferencia de los otros era de un tono gris claro, y por el tamaño juraría que era una yegua. Se había quitado la capucha y ahora podía ver su fino pelo agitarse por el viento y por el trote del caballo.
No sabía bien cuanto tiempo me había quedado mirándola, pero fue mucho, de eso estaba segura. Cosa que era estúpida, no veía más que el mecer de su pelo, sutilmente un poco de su cara y ni siquiera olía nada, todo olía a estiércol de caballo. Y los hombres olían mucho a sudor y a roña.
Más preguntas se pasaban por mi cabeza: ¿A dónde me llevan? ¿Qué he hecho? ¿Por qué me golpean sin más? ¿Por qué ella me detuvo si es que va tan tranquila a su lado? ¿Por qué ella no es presa? Y mejor aun ¿Por qué la obedeció aquel tipo cuando ella dijo que parara?
Poco a poco fuimos saliendo de ese maldito bosque y acercándonos a lo que parecía un lugar de cultivos de maíz. Empezamos a ver a más gente y, ¿Qué le pasaba a todo el mundo? Estaban vestidos como campesinos de hace cientos de años. Igual todo aquello era una feria medieval súper trabajada. Si era así les iba a poner una denuncia que no se la creerían ni ellos.
La gente se quedaba mirándonos con cara de todos. Ni que no se hubieran visto en un espejo, al menos estos tenían mejor pinta que ellos, tenían papeles más interesantes, al parecer, en todo este gran teatro.
Atravesamos unas murallas. Las observé bien y juraría que estaban hechas con piedras de verdad. Tenían que tener muy buenos decoradores, en eso si que les ponía un diez.
Dentro de aquel sitio era como un gallinero. Olía peor que fuera, ya no solo a humanidad sino a carnaza en las brasas, verduras y fruta podrida y estiércol, mucho estiércol… Los de sanidad se iban a poner finos cuando se pasaran por allí. Estaba bien algo de realismo, pero tanto… Ya no solo por el olor, sino por el tremendo ruido que había. Los vendedores gritaban sus precios y ofertas peor que si estuviera en el mercadillo de mi pueblo. Había muchos animales, que cómo no se sumaban al estruendoso sonido. Pasamos por delante de lo que parecía una herrería, y un hombre te tenía los brazos como mi cuerpo entero estaba golpeando el metal candente en la misma puerta. Las chispas saltaban por todas partes y empecé a sentir pánico de que quemara a los niños que estaban jugando a lo que… parecía… a caballitos o algo así, que estaban justo al lado.
Nos detuvimos frente al castillo más impresionante que había visto en mi vida. La piedra estaba casi nueva, por lo que o lo habían restaurado o los decoradores se merecían un diez más a su favor.
-¡Alto! ¿Quién va?-dijo uno de lo que parecían los guardias de la entrada. No llevaban pistolas, allí todos se tomaban el papel muy bien, tenían espadas, armaduras, lanzas y todo… Me empecé a plantear lo incómodo que tenía que ser ir al baño con todo eso puesto encima.
-Abrid las puertas, encontramos en los bosques a un intruso de atuendo particular y palabrería extraña. Venimos a presentarlo ante el consejero para sentenciarla y tomar el castigo consecuente.-“¿Castigo consecuente? Ni que hubiera intentado poner una bomba” pensé. Todo aquello me estaba dando muy mala espina, no me gustaba nada nada toda aquella situación.
-¿Por qué no la lleváis directamente a la horca?
“¿Horca?” pensé con un miedo espantoso que brotó de pronto en mi interior. Casi me quedé sin respiración. “No, no. Lo dirán de broma, para dar espectáculo, hombre…”
-La hija del consejero real, Lady Lara ha saludo en su defensa y exige que la presentemos ante su padre. Amenaza con dar parte a este si desobedecemos sus deseos-Se notaba en su voz un tono irritable, como si nada de aquello le gustara.
“Vale, ¿Y quién es esa Lady Lara?” Miré hacia todos lados y la única mujer que nos acompañaba y que podía saber del caso era la chica que me había encontrado. Mantuve la mirada fija en ella, esta miraba hacia el guarda, indiferente de todo lo demás y casi como si no hablaran ni de ella. “¿Hija del Consejero real? Pues si que se ha cogido un buen papel…” Todo esto era una parafernalia, estaba segura de ello. Muy bien trabajada, pero una farsa, pese a todo. Quería ver de una vez a ese maldito “Consejero real” y que me llevara con el director del circo este, o lo que sea, pero que me llevaran con el responsable para poder volver a mi casa lo antes posible, empezaba a estar cansada.
Hubo un pequeño silencio, tras el cual los guardias se hicieron a un lado y nos dejaron pasar. Al entrar en el castillo, más que campesinos empecé a ver soldados por todas partes. Todos igual vestidos. No podía ni imaginar la cantidad de dinero que se habrían gastado en ese material, porque parecía hierro de verdad… Esto me recordaba demasiado al señor de los anillos.
Seguimos subiendo por una cuesta hasta las puertas de lo que parecía la entrada del castillo, una vez atravesado un gran patio con varios caminos. Se empezaron a bajar todos de los caballos y aquel canalla me bajó bruscamente a mi también.
Se adelantó, vi como esa tal Lara se bajaba también, pero con una elegancia que no había visto antes. Seguí observando sus delicados pasos hasta que uno de los soldados me sorprendió con un empujón para que echara a andar. Hice caso a regañadientes, aun me sujetaba sutilmente el costado, el dolor seguía algo latente.
Entramos en el edificio. Había una sala enorme, con una hilera de columnas a cada lado. La piedra era muy gruesa y apenas había ventanas pero se veía lo suficiente. No se habían olvidado de ni un solo detalle. Antorchas en las paredes, blasones, escuderos y al fondo del todo, tras un gran pasillo de mármol había dos asientos o bueno, mejor dicho dos tronos. Uno era mayor que el anterior y parecía haber una figura humana en el grande.
Cuanto más nos acercábamos mejor podía ver a aquella persona. Parecía un hombre de unos cuarenta y algo. Delgaducho, alto… Ya se empezaba a ver la cumbre de su cabellera grisácea. Tenía una barba bastante espesa por la zona de la perilla, la cual estaba adquiriendo el mismo tono, y un fino bigote que adornaba la cornisa de sus labios.
Nos detuvimos a escasos 10 metros de él. El cabrón que me pateó se inclinó haciendo una reverencia para que con una orden de la mano del viejo se volviera a incorporar.
-Ser Niller ¿Cuál es el motivo que está haciendo perder mi valioso tiempo?
-Disculpad, señor, mas encontramos a esta fugitiva en los bosques del rey sin autorización. La hubiéramos colgado directamente si no hubiera sido por… Lady Lara-la lanzó una mirada rencorosa de reojo-Exigía que la lleváramos ante usted.
-Bien, Espero que tengáis una explicación para esto-dijo el viejo, dirigiéndose a Lara, mirándola recostado en el trono. Ella se adelantó un paso con decisión e hizo algo parecido a una pequeña reverencia pero con el vestido.
-Disculpad mi atrevimiento, señor. Mas esta dama no se coló en el bosque del rey. Fui yo quien la dejó que me acompañara…-alcé las cejas. Estaba mintiendo, eso era obvio.-Es mi nueva sirvienta. Pagué el precio justo por ella a un mercader ya que me aseguró que no quedaría disconforme con sus servicios.
“Un momento… ¿Sirvienta?” pensé confusa, este circo se les estaba yendo de las manos. El viejo permaneció callado un momento, aun mirándola, como si estuviera pensando en algo.
-Ser Niller.
-Si señor-dijo dando un paso al frente, ese maldito canalla.
-Ya habéis escuchado a la señorita, podéis llevar a la nueva sirvienta de mi hija a que la den una ropa decente… y no esas curiosas prendas…-dijo casi con asco, cosa que me ofendió. ¿Pero qué tenía todo el mundo con mi ropa? Pues al menos yo no iba vestido como un payaso con calzones y mayas, no te digo…-Después mandadla con a los aposentos de Lady Lara.
-Si… señor consejero-dijo este, inclinándose un poco, a regañadientes y se giró caminando en mi dirección. Me cogió con fuerza del brazo y tiró de mi.
-¡Eh! Con cuidadito, perillitas, que te tengo calado-dije frunciendo el ceño y entrecerrando los ojos, mirándole de mala manera.
Tiró de mí hasta la salida, con brusquedad y seguido de cerca por los que parecían sus perros falderos.
-Bueno, ya está bien, dejad esta farsa de una vez. Quiero volver a mi casa. ¿A dónde se supone que me llevas?
-Tu hogar está aquí ahora, al lado de Lady Lara. Te vas a las lavanderas, a que te den algo más decente para una mujer. Las mujeres van con vestidos, no con…-hizo una pausa, sin saber cómo definir bien mis vaqueros-no con eso, sea lo que sea.
-Oye, un respeto con mis pantalones, que me costaron caros.
Parecía que me ignoraba por más que le hablara asique dejé de insistir mientras veía como me llevaba a las partes traseras del castillo, recorriendo otro patio hasta entrar en otro edificio, de menor tamaño que el otro pero no por eso pequeño. Al entrar se notó bastante el cambio, aquel sitio no era nada lujoso, mucho menos si lo comparamos con el castillo de antes. Pero no era peor que el poblado que tenían montado allí fuera. Había cuatro mujeres que estaban frotando con fuerza algo de ropa sobre unas rocas. Detuvieron su trabajo para mirarnos.
-Esta es la nueva sirvienta de Lady Lara. El consejero real ordena que la vistáis adecuadamente y la llevéis después a los aposentos de la señora.
Sin mediar más palabra se fue tal como entró, sin un ápice de educación. Gruñí por lo bajo, mirándole de refilón antes de que se fuera del todo, dando un portazo a la maltrecha puerta de madera. Giré la cabeza para mirar a las mujeres y empecé a sentirme seriamente incómoda. ¿Qué hacía allí? Lo que tenía que hacer era largarme y punto, y pasar de toda esta jauría de locos. Pero… si me iba ahora no podría pasar esas murallas, los soldados se veían muy emocionados metidos en su papel. Mientras tanto yo seguía allí de pie, parada, bajo la atenta mirada de aquellas mujeres.
Tres de ellas eran jóvenes, tendrían ya los veinte algo. Eran delgadas, morenas, bastante voluptuosas en lo que se refería a curvas femeninas. Dos de ellas tenían el pelo ondulado y la restante muy muy rizado. La otra mujer ya aparentaba tener casi los cuarenta. Si fuese un poco más mayor hubiese jurado que eran madre e hijas, pero para eso las tendría que haber tenido, al menos a la mayor, a los 15 años más o menos. Esta estaba bastante rellenita. Tenía unos pechos muy pronunciados y ya algo caídos. Una tripa considerable, unos brazos que daban algo de miedo y era más baja en estatura que las otras mujeres.
-Amm… yo…-comencé a hablar, tras un eterno silencio-Verán… yo no debería estar aquí, y me da miedo que me vais a hacer y qué le vais a hacer a mi ropa asique… Un placer pero… nos vemos, hasta otra, ¿eh?-dije esto mientras caminaba hacia atrás con sonrisa nerviosa y comenzaba a irme.
-Un momento, no puedes partir. Eres ahora propiedad de Lady Lara.-dijo la que parecía ser la mediana de las tres.
-No, guapa, yo no soy propiedad de nadie. A sique, me piro.
-Alto ahí-una voz casi gutural sonó a mis espaldas. Me giré despacio, con miedo a encontrarme a un toro o a un oso detrás de mí. La mujer grandota se había pesto las manos en las caderas y me miraba fijamente. Tragué saliva.-Eres ahora de la señorita Lara, nos han encargado vestirte y llevarte a sus aposentos y así vamos a hacer.
-No… verá señora esto ha sido todo un fatal y enorme error…
-¡Qué vengas aquí ahora mismo he dicho!-dijo alzando aun más la voz. Lo que más miedo me daba es que sabía que no estaba enseñando toda su potencia de sonido.
-Va… vale, si. Quizás pueda quedarme un ratito, si-dije, riendo nerviosamente, pero no muy alto. A ver si se le iban a cruzar los cables y me soltaba un guantazo que me ponía la cara del revés.
Me cogieron entre la mujer grande y una de las chicas llevándome a un cuarto contiguo donde había un gran armario. Empezaron a mirar ropa y ropa y más ropa. Toda era del mismo estilo que toda esta especie de feria.
-Vale, creo que esto te valdrá. Tienes que tener más o menos mi taya asique, servirá-dijo joven de ojos verdes con voz dulce. La miré de arriba abajo y si… más o menos éramos de la misma altura y tamaño en general, solo que ella tenía más pechos que yo… o eso parecía. No sabía ya bien si era ella en natural o ese tremendo corsé que le ponía los senos de corbata.
Miré lo que me querían poner, era como un disfraz medieval de noble. Cuando lo tuve puesto me miré al espejo. Nunca me había sentido cómoda entre vestidos… nada cómoda, a decir verdad.
La tela era buena, pero no tan buena como la que había visto en lo que llevaba puesto Lara. Era de color azul apagado. Hacía un escote en U, sin llegar a mostrar demasiado el canal de los senos. Tenía bordados de un amarillo apagado, pero bonito. En el centro se entrelazaba hasta el fin del vientre, donde se cruzaba con otro bordado que marcaba la cintura. El vestido llegaba hasta el suelo, y casi me daba pena mancharlo de lo bonito que era. Las mangas eran también muy largas, cubrían mis manos, pero estas tenían fácil salida entre su finura.
Me veía y no me reconocía. La última vez que me había puesto vestido fue… ya ni lo recordaba. Y ahí estaba yo, reflejada en el amplio espejo. Me habían retocado también el pelo, siendo capaces de controlar mis rebeldes rizos, adecuándolos hasta hacerme un medio recogido. Estaba guapa, no podía negarlo, me sentaba bien lo que me habían hecho, pero seguía siendo una chica normal: Pelo negro como el carbón, rizado y largo. Mi estatura era normal, estaba delgada pero sin llegar a la delgadez extrema. No me quejaría si tuviera más pecho, pero en proporción con mi complexión era lo adecuado. Lo que si que me gustaban de mi eran los ojos. En realidad eran marrones, que no es un color que sea del otro mundo, pero tenían un pequeño tono cobrizo del cual siempre me había sentido orgullosa; pese a todo, a mi me parecía un marrón bonito.
-Bien, preciosa. Toda una señorita. Ahora irás a los aposentos de Lady Lara.-dijo la mujer grande, la cual seguía intimidándome aun.-Llévala tu, Sofí, querida.
La joven asintió y con delicadeza me empezó a conducir fuera del local, pasando por el patio y entrando de nuevo en el castillo.
-Eh, un momento. ¿Qué van a hacer con mi ropa?-pegunté, girándome. No me gustaba aquello, me habían quitado el sujetador y me sentía desnuda. Entendía que quisieran ser realistas y en el medievo no hubiera sujetadores, pero habría jurado que, por sus caras, nunca habían visto uno. No me fiaba de lo que fueran a hacer con él.
-No hay por qué preocuparse por eso. Madre la lavará y guardará a buen recaudo.
-¿Esa era tu madre?-Pregunté, extrañada. Ella asintió-¿Y las otras tus hermanas? Os parecéis.
-Así es.-contesté con simpleza mientras empezamos a subir unas interminables escaleras de caracol, en cuyos extremos se alzaban dos muros de piedra donde de vez en cuando aparecía una pequeña abertura, que de ser un poco más grande abría jurado que era un intento de ventana. Al menos entraba algo la luz y era algo más fácil no matarnos por aquellas horribles escaleras.
-Pero, si no os saca demasiados años. Os tuvo que tener antes de los 20
-Claro. A mi hermana mayor, Clara, la tuvo con 14. A mí dos años después y a la menor, Diana, la tuvo a los 19.
-¿¿Cómo va a tener hijos a los 14?? Si aun era una niña-mi asombro era evidente
-Ya era una mujer, podía concebir hijos-Dijo sin más, como si fuera lo más normal del mundo. Iba a seguir preguntando pero se paró frente a una puerta, tras entrar en un largo pasillo repleto de muchas más.-Es aquí.
Toco a la puerta, al no obtener respuesta al tiempo la abrió y entramos en ella. Fue entonces cuando me llegaron a la cabeza las palabras que me dijo Lara cuando la conocí: “A mi humilde morada”. Si eso era lo que ella llamaba humilde, que me colgasen ahora mismo.
La habitación era más grande que mi salón y mi terraza juntos. Las paredes eran de piedra, el suelo de madera y había una grandísima alfombra burdeos decorada en el centro. También había una gran cama de matrimonio, típica de la época que se intentaba imitar aquí: con cuatro columnas que emergían desde los cabeceros de la cama, uniéndose arriba por finos tablones de madera. Una gran tela de un blanquecino translúcido caía sobre ella, cubriéndola, atándose en cada columnilla de madera con un cordel de seda. Las almohadas eran pomposas y de plumas. La colcha era de tela gruesa, también de tono burdeos, pero se podía apreciar que bajo ella las sábanas blancas eran de seda.
Al otro lado de la habitación había una cómoda con un amplio espejo, repleta de objetos de belleza femenina. Al lado había una puerta corrediza medio abierta, desde donde se podía ver algo de ropa al fondo. Parecía ser un armario de pared, y bastante grande. Había otros muebles como dos sofás, un pequeño diván y un baúl, entre otros, pero eran menos destacables. Lo único del restode muebles que me llamó la atención era una estantería bastante amplia repleta de libros.
Al lado de la cama había unas puertas de cristal que dejaban entrar mucha luz, se podía distinguir que daba a un pequeño balconcito de piedra.
-Dios, mío. Dime que no vive aquí.-dije anonadada, aun mirándolo todo.
-Este es el dormitorio de Lady Lara-dijo ella, con tranquilidad.-Pero ahora no se encuentra en él. Aguardarla aquí, pronto llegará. Yo tengo que volver a mis labores.
-Ah… bueno… vale… está bien. Gracias por acompañarme… am… ¿Sofí? ¿Así te llamas?-Ella asintió con una dulce sonrisa, parecía que todo en ella era dulce. Si la ponía en una tortita caliente seguro que se fundiría en ella.
-¿Y vos?
-Ah, yo… Ariadna, siento mi educación-dije, mientras me rascaba la nuca algo avergonzada. Ella asintió de nuevo, aun con la sonrisa en los labios y se fue cerrando la puerta tras de sí.
Me quedé sola en aquella inmensa y solitaria habitación, por lo que me dediqué a observarlo todo con algo de detenimiento. Llegué a la estantería y repasé los libros. Todos eran de fantasía, de caballerías y de aventuras. Si estos eran de Lara ya podía imaginarme que le gustaba leer.
-¿Sabéis leer?-se escuché decir, suave y tranquila, tras mis espaldas. Me sobresalté y di un respingo, girándome para mirar quien era la que había entrado tan silenciosamente. Vi a Lara en la puerta y me relajé un poco más, suspirando.
-Dios, que susto.-cuando recobré el aliento miré de nuevo los libros, me había hecho una pregunta-¿Eh? Claro. ¿Cómo no voy a saber leer?
-Tenéis que venir de una alta cuna, pues… Y si no… ¿Quién os enseñó? ¿Un Señor al que servisteis antaño, quizás?
-Eh, eh, eh. Para el carro. En principio, yo no sirvo a nadie. Y segundo… deja ya ésta tontería de hablar en modo antiguo. Tanto pasado me ésta dando dolor de cabeza, es como si estuviera en clase de historia.
Ella frunció el ceño, como extrañada.
-No… No os entiendo… Vuestro lenguaje…-parecía muy confusa. Sacudió levemente la cabeza y continuó.-Ahora sois mi sirvienta. No me quedó otra alternativa, estabais en el bosque del rey. De no haber actuado así os habrían ahorcado.
-Ya, ya, gracias por hacerme tu esclava y esas cosas. Pero ahora, quiero irme a casa. No si ni donde estoy, pero estoy cansada. Me habéis hecho ponerme esta estúpida ropa, peinarme de esta curiosa manera y perder mucho tiempo asique. Buen día, si puedes indicarme la salida, mejor que mejor.-dije mientras la apartaba a un lado y abría la puerta para irme.
-Aguardad…-suspiré al escucharla, si no fuese porque era tan guapa ni me hubiera parado. Me giré para mirarla, cansada de discutir.-Por favor, hablemos. Todo esto es muy confuso y deseo ayudaos-alzó la mano indicando que me sentara en uno de los pequeños sofás de la esquina. Suspiré de nuevo y fui a regañadientes, cerrando la puerta tras de mí y sentándome pesadamente sobre el sofá. Ella se sentó con delicadeza en el otro y aguantamos un segundo la mirada.-Decidme… ¿de qué hacíais en el bosque del rey?
-Ni si quiera sabía que estaba en el bosque ese del rey. Lo último que recuerdo es... que iba en mi coche y… no sé… He tenido que tener un accidente muy gordo y habré perdido la memoria porque no recuerdo nada más salgo el dolor de un impacto y encontrarme directamente en el bosque ese con el que estáis tan pesados. ¿Qué ciudad es esta?
-¿Co…che? ¿Qué es un coche?¿Una especie de animal, quizás?... Estáis en Buthwock, reino del rey Silvio V el Montero. Ahora mismo estáis en el castillo central. No tenéis ningún rasguño, no parece que tuvierais ningún accidente.
-Oye, ya he dicho que dejes de jugar a ese juego. No me digas que no conoces lo que es un choche…-Negó ante mi pregunta. Esto tenía que ser la tomadura de pelo del siglo. Resoplé, enervada.-Con cuatro ruedas, de metal… un volante, un motor… te lleva a sitios…-seguía negando, con cara aun más confusa que antes-Oh, por los santos dioses… esto no me puede estar pasando… ¿Buth…qué? Joder, si yo estaba en una de las carreteras que llevan del extrarradio de Madrid, dirigiéndome a Cádiz. ¿Silvio V el Montero? ¿Pero qué mierda de nombre es ese?-me había levantado y ahora andaba de un lado para el otro, apunto de darme un ataque de nervios, sin dar crédito a todo lo que oía.
-Madrid… Cádiz… no… no soy conocedora de dichos lugares y si existen no se hallan cerca de aquí, eso puedo asegurároslo.
-Agggg. Maldita sea. ¿Cómo que no los conoces? ¿Conoces España? ¿Europa? ¿Conoces el mundo? ¿Eh? ¿Conoces el puto mundo o vivimos en un globo a la deriva en el espacio?-Empecé a gritarla, histérica.
-No. No conozco ninguno de esos lugares y no pienso permitir que me habléis en ese tono-su voz ya no era dulce ni suave, sino ruda y seca. Su rostro acompasaba su tono y estaba rígida, mirándome fijamente, con el ceño algo fruncido.
Mis ojos se empezaron a llenar de lágrimas y caí a plomo sobre el sofá, cubriéndome la cara con las manos.
-Esto tiene que ser un sueño, un mal sueño y nada más… Todo esto… esto es demasiado. Tengo que despertar…
Sentí una mano en mi hombro.
-Lamento vuestra confusión… Comprendo que os sintáis así si os habéis extraviado del camino.
-No, no me he extraviado de ningún lado. ¡Dios santo! Esto tiene que ser un sueño, quiero despertar ya.-Cada vez estaba más nerviosa e histérica.
-Por favor, tranquilizaos, hallaremos una solución.
-De eso nada, no hay solución, tengo que estar en el infierno. ¡No! En un sitio peor. No me creo que el infierno huela tanto a excremento de animal, o de persona… ¡da igual!-empecé a verlo todo borroso, ya no solo por las lágrimas, sentía como si me diese una bajada de tensión.
Me desplomé sobre el suelo, inconsciente mientras escuchaba una voz lejana.
-…¿¡Estáis bien!?... ¡Ayuda!...
Cada vez era más distante, cada vez la escuchaba menos. Todo quedó de nuevo negro. Volvía a estar yo, sola, en este inmenso vacío. Ya había estado aquí… Vi una luz al final del túnel. “Oh… perfecto. O estoy loca del todo o ahora si que la he palmado” pensé, abatida “El sitio medieval ese… ¿era el limbo? Si es el limbo pobre de todas las personas que pasen por el, huele tremendamente mal…” Comencé a caminar hacia la luz, con resignación cuando sentí un fuerte impacto en la cara. No dolía, pero me dio un susto de muerte.
Volví a sentirlo una vez más. La claridad tras mis espaldas comenzó a crecer, la luz blanca del fondo se alejaba. Me giré, y toda aquella luz comenzó a absorberme. Entrecerré los ojos, protegiéndomelos con la mano. Una ráfaga de agua calló sobre mi cara y, sobresaltada, me incorporé a toda prisa.
Noté que estaba empapada. No era sudor, era agua, agua muy muy fría y yo estaba tiritando. Estaba en la habitación de Lara, frente mía había un viejo calvito y arrugado que no conocía de nada. Al fondo había dos soldados con la espada desenvainada mirándome con miedo y cautela y alguien me tenía entre sus brazos. Miré hacia arriba y la luz me cegó por un momento. Cuando logré aclarar la vista la vi a ella, era Lara, su calor me recomponía y su aroma me embriagaba. Empecé a cerrar los ojos de nuevo cayendo, agotada, en un profundo sueño.