(Si quereis leerlos mejor mirad en http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=92692 mirando en capitulo 2)
Se acercaban a mí… esas mismas siluetas blancas… Parecían
bailarinas que jugaban a mi alrededor, tentándome o quizás burlándose.
Escuchaba su canto, pero este se tornaba en un pitido irritable. Una sirena,
unas campanas, ya no distinguía nada. Y mientras tanto aquellas sirenas venían
hacia mí, inmaculadas, poniendo sus manos sobre mi cuerpo.
Una sacudida me despertó, la cabeza me dolía y tenía un
amargo sabor de boca. Fui abriendo los ojos y de un respingo casi me caigo de
aquella altura. Miré a mi alrededor, estaba en un camino, el bosque pasaba a mi
alrededor y yo mientras iba montada de mala manera en los cuartos traseros de
un caballo. Sus huesos se clavaban en mi estómago, ya que estaba medio
recostada, como si alguien me hubiera puesto así cual saco de patatas. Me
retorcí y sentí un agudo dolor en la espalda.
-¡Silencio! ¡Cómo no dejes quieto tu trasero me encargaré de
que no poduedas moverlo en una buena temporada!
Aquello me había pillado tan de sorpresa que no sabía bien
que responder. Enseguida mi carácter me perdió.
-¡¿Pero de qué vas, so chulo?! ¡Bájame ahora mismo de aquí!
¡Tengo mis derechos, animal!-pataleé tratando de bajarme del caballo, pero no
estaba muy convencida, no parecía muy seguro bajarse de ahí en marcha, mucho
menos a esa altura. En algo que no había caído hasta ese momento era en que me
llevaba en caballo. ¿Qué pasa, no tenían un pequeño coche o algo? Esto tenía
que ser un parque nacional o algo así… ¿Pero cómo había acabado en este sitio,
fuera el lugar que fuera? Todo era muy desconcertante… Igual había tenido un
episodio de amnesia…
-¡Ya me cansaste!-aquel hombre al que apenas veía bien se
bajó del caballo y como si fuera una pluma me cogió y me tiró al suelo. Algo de
arena se levantó, cerré la boca fuerte para que no me entrara dentro, al igual
que los ojos. Me giré rápidamente, aun en el suelo.
-¡¿Pero qué coñ…?!-No me dio tiempo de terminar la frase
cuando sentí su bota en mis costillas. ¿Qué tipo de gente era esta? Aquel
patadón había sido como si me diesen con una barra de acero. Abrí los ojos
mientras me agarraba la zona dolorida y le miré de arriba abajo. No sabía ya en
qué punto estaba mi razón o mi locura. ¡Aquel hombre iba vestido con una
armadura! “Esto tiene que ser un amargo sueño…” pensé “No hay otra explicación”.
Le observé con el mayor detenimiento que pude antes de que volviera a
golpearme. Era una armadura grisácea, donde podía distinguir debajo una cota de
maya. En el cinto se podía apreciar lo que parecía una espada y a su espalda
una capa blanca. No pude ver más, apreté los ojos y me hice una bola, esperando
que parada ese malnacido para poder levantarme y darle una paliza.
Una dulce voz sonó tras mis espaldas.
-¡Alto! ¡Deteneos! No es menester este tormento. Os ordeno
que ceséis esta tortura.-Tras sus palabras, no hubo más golpes. Me subieron al
caballo, aun sin delicadeza y seguimos andando. Estaba bastante dolorida como
para volver a quejarme, pero a dios ponía por testigo que ese cabrón recibiría
su merecido… me había quedado con su cara. Era un hombre alto, fornido, con un
espeso bigote sobre los labios y perilla bajo ellos. Su pelo era negro y los
ojos habría jurado que eran marrones. Me había quedado bien con sus facciones,
si le volvía solo por la calle se iba a enterar.
El trotar del caballo era incómodo, pero me acabé
acostumbrando. Estaba más preocupada, en realidad, por el dolor aun reciente y
no caerme de bruces contra el suelo. Mi mirada se desvió hacia el resto de
personas. Había tres más… caballeros… o frikis… o lo que diablos fueran. Pero
había tres más que estaban vestidos con una armadura muy parecida a la del
perro este que iba a mi lado, pero ninguno más llevaba capa. Nadie hablaba y cuando
ya creía que no había nadie más recordé aquella voz, y aquella mujer con la que
me había encontrado. Miré hacia todos lados hasta que la pude ver, por
adelante, pero no demasiado. Estaba de espaldas, trotando al ritmo en otro
caballo, pero este a diferencia de los otros era de un tono gris claro, y por
el tamaño juraría que era una yegua. Se había quitado la capucha y ahora podía
ver su fino pelo agitarse por el viento y por el trote del caballo.
No sabía bien cuanto tiempo me había quedado mirándola, pero
fue mucho, de eso estaba segura. Cosa que era estúpida, no veía más que el
mecer de su pelo, sutilmente un poco de su cara y ni siquiera olía nada, todo
olía a estiércol de caballo. Y los hombres olían mucho a sudor y a roña.
Más preguntas se pasaban por mi cabeza: ¿A dónde me llevan?
¿Qué he hecho? ¿Por qué me golpean sin más? ¿Por qué ella me detuvo si es que
va tan tranquila a su lado? ¿Por qué ella no es presa? Y mejor aun ¿Por qué la
obedeció aquel tipo cuando ella dijo que parara?
Poco a poco fuimos saliendo de ese maldito bosque y
acercándonos a lo que parecía un lugar de cultivos de maíz. Empezamos a ver a
más gente y, ¿Qué le pasaba a todo el mundo? Estaban vestidos como campesinos
de hace cientos de años. Igual todo aquello era una feria medieval súper
trabajada. Si era así les iba a poner una denuncia que no se la creerían ni
ellos.
La gente se quedaba mirándonos con cara de todos. Ni que no
se hubieran visto en un espejo, al menos estos tenían mejor pinta que ellos,
tenían papeles más interesantes, al parecer, en todo este gran teatro.
Atravesamos unas murallas. Las observé bien y juraría que
estaban hechas con piedras de verdad. Tenían que tener muy buenos decoradores,
en eso si que les ponía un diez.
Dentro de aquel sitio era como un gallinero. Olía peor que
fuera, ya no solo a humanidad sino a carnaza en las brasas, verduras y fruta
podrida y estiércol, mucho estiércol… Los de sanidad se iban a poner finos
cuando se pasaran por allí. Estaba bien algo de realismo, pero tanto… Ya no
solo por el olor, sino por el tremendo ruido que había. Los vendedores gritaban
sus precios y ofertas peor que si estuviera en el mercadillo de mi pueblo. Había
muchos animales, que cómo no se sumaban al estruendoso sonido. Pasamos por
delante de lo que parecía una herrería, y un hombre te tenía los brazos como mi
cuerpo entero estaba golpeando el metal candente en la misma puerta. Las
chispas saltaban por todas partes y empecé a sentir pánico de que quemara a los
niños que estaban jugando a lo que… parecía… a caballitos o algo así, que
estaban justo al lado.
Nos detuvimos frente al castillo más impresionante que había
visto en mi vida. La piedra estaba casi nueva, por lo que o lo habían
restaurado o los decoradores se merecían un diez más a su favor.
-¡Alto! ¿Quién va?-dijo uno de lo que parecían los guardias
de la entrada. No llevaban pistolas, allí todos se tomaban el papel muy bien,
tenían espadas, armaduras, lanzas y todo… Me empecé a plantear lo incómodo que
tenía que ser ir al baño con todo eso puesto encima.
-Abrid las puertas, encontramos en los bosques a un intruso
de atuendo particular y palabrería extraña. Venimos a presentarlo ante el
consejero para sentenciarla y tomar el castigo consecuente.-“¿Castigo
consecuente? Ni que hubiera intentado poner una bomba” pensé. Todo aquello me
estaba dando muy mala espina, no me gustaba nada nada toda aquella situación.
-¿Por qué no la lleváis directamente a la horca?
“¿Horca?” pensé con un miedo espantoso que brotó de pronto
en mi interior. Casi me quedé sin respiración. “No, no. Lo dirán de broma, para
dar espectáculo, hombre…”
-La hija del consejero real, Lady Lara ha saludo en su
defensa y exige que la presentemos ante su padre. Amenaza con dar parte a este
si desobedecemos sus deseos-Se notaba en su voz un tono irritable, como si nada
de aquello le gustara.
“Vale, ¿Y quién es esa Lady Lara?” Miré hacia todos lados y
la única mujer que nos acompañaba y que podía saber del caso era la chica que
me había encontrado. Mantuve la mirada fija en ella, esta miraba hacia el
guarda, indiferente de todo lo demás y casi como si no hablaran ni de ella.
“¿Hija del Consejero real? Pues si que se ha cogido un buen papel…” Todo esto
era una parafernalia, estaba segura de ello. Muy bien trabajada, pero una
farsa, pese a todo. Quería ver de una vez a ese maldito “Consejero real” y que
me llevara con el director del circo este, o lo que sea, pero que me llevaran
con el responsable para poder volver a mi casa lo antes posible, empezaba a
estar cansada.
Hubo un pequeño silencio, tras el cual los guardias se
hicieron a un lado y nos dejaron pasar. Al entrar en el castillo, más que
campesinos empecé a ver soldados por todas partes. Todos igual vestidos. No
podía ni imaginar la cantidad de dinero que se habrían gastado en ese material,
porque parecía hierro de verdad… Esto me recordaba demasiado al señor de los
anillos.
Seguimos subiendo por una cuesta hasta las puertas de lo que
parecía la entrada del castillo, una vez atravesado un gran patio con varios caminos.
Se empezaron a bajar todos de los caballos y aquel canalla me bajó bruscamente
a mi también.
Se adelantó, vi como esa tal Lara se bajaba también, pero
con una elegancia que no había visto antes. Seguí observando sus delicados
pasos hasta que uno de los soldados me sorprendió con un empujón para que
echara a andar. Hice caso a regañadientes, aun me sujetaba sutilmente el
costado, el dolor seguía algo latente.
Entramos en el edificio. Había una sala enorme, con una
hilera de columnas a cada lado. La piedra era muy gruesa y apenas había
ventanas pero se veía lo suficiente. No se habían olvidado de ni un solo
detalle. Antorchas en las paredes, blasones, escuderos y al fondo del todo,
tras un gran pasillo de mármol había dos asientos o bueno, mejor dicho dos
tronos. Uno era mayor que el anterior y parecía haber una figura humana en el
grande.
Cuanto más nos acercábamos mejor podía ver a aquella
persona. Parecía un hombre de unos cuarenta y algo. Delgaducho, alto… Ya se
empezaba a ver la cumbre de su cabellera grisácea. Tenía una barba bastante
espesa por la zona de la perilla, la cual estaba adquiriendo el mismo tono, y
un fino bigote que adornaba la cornisa de sus labios.
Nos detuvimos a escasos 10 metros de él. El cabrón que me
pateó se inclinó haciendo una reverencia para que con una orden de la mano del
viejo se volviera a incorporar.
-Ser Niller ¿Cuál es el motivo que está haciendo perder mi
valioso tiempo?
-Disculpad, señor, mas encontramos a esta fugitiva en los
bosques del rey sin autorización. La hubiéramos colgado directamente si no
hubiera sido por… Lady Lara-la lanzó una mirada rencorosa de reojo-Exigía que
la lleváramos ante usted.
-Bien, Espero que tengáis una explicación para esto-dijo el
viejo, dirigiéndose a Lara, mirándola recostado en el trono. Ella se adelantó
un paso con decisión e hizo algo parecido a una pequeña reverencia pero con el
vestido.
-Disculpad mi atrevimiento, señor. Mas esta dama no se coló
en el bosque del rey. Fui yo quien la dejó que me acompañara…-alcé las cejas.
Estaba mintiendo, eso era obvio.-Es mi nueva sirvienta. Pagué el precio justo
por ella a un mercader ya que me aseguró que no quedaría disconforme con sus
servicios.
“Un momento… ¿Sirvienta?” pensé confusa, este circo se les
estaba yendo de las manos. El viejo permaneció callado un momento, aun
mirándola, como si estuviera pensando en algo.
-Ser Niller.
-Si señor-dijo dando un paso al frente, ese maldito canalla.
-Ya habéis escuchado a la señorita, podéis llevar a la nueva
sirvienta de mi hija a que la den una ropa decente… y no esas curiosas
prendas…-dijo casi con asco, cosa que me ofendió. ¿Pero qué tenía todo el mundo
con mi ropa? Pues al menos yo no iba vestido como un payaso con calzones y
mayas, no te digo…-Después mandadla con a los aposentos de Lady Lara.
-Si… señor consejero-dijo este, inclinándose un poco, a
regañadientes y se giró caminando en mi dirección. Me cogió con fuerza del
brazo y tiró de mi.
-¡Eh! Con cuidadito, perillitas, que te tengo calado-dije
frunciendo el ceño y entrecerrando los ojos, mirándole de mala manera.
Tiró de mí hasta la salida, con brusquedad y seguido de
cerca por los que parecían sus perros falderos.
-Bueno, ya está bien, dejad esta farsa de una vez. Quiero
volver a mi casa. ¿A dónde se supone que me llevas?
-Tu hogar está aquí ahora, al lado de Lady Lara. Te vas a
las lavanderas, a que te den algo más decente para una mujer. Las mujeres van
con vestidos, no con…-hizo una pausa, sin saber cómo definir bien mis
vaqueros-no con eso, sea lo que sea.
-Oye, un respeto con mis pantalones, que me costaron caros.
Parecía que me ignoraba por más que le hablara asique dejé
de insistir mientras veía como me llevaba a las partes traseras del castillo,
recorriendo otro patio hasta entrar en otro edificio, de menor tamaño que el
otro pero no por eso pequeño. Al entrar se notó bastante el cambio, aquel sitio
no era nada lujoso, mucho menos si lo comparamos con el castillo de antes. Pero
no era peor que el poblado que tenían montado allí fuera. Había cuatro mujeres
que estaban frotando con fuerza algo de ropa sobre unas rocas. Detuvieron su
trabajo para mirarnos.
-Esta es la nueva sirvienta de Lady Lara. El consejero real
ordena que la vistáis adecuadamente y la llevéis después a los aposentos de la
señora.
Sin mediar más palabra se fue tal como entró, sin un ápice
de educación. Gruñí por lo bajo, mirándole de refilón antes de que se fuera del
todo, dando un portazo a la maltrecha puerta de madera. Giré la cabeza para
mirar a las mujeres y empecé a sentirme seriamente incómoda. ¿Qué hacía allí?
Lo que tenía que hacer era largarme y punto, y pasar de toda esta jauría de
locos. Pero… si me iba ahora no podría pasar esas murallas, los soldados se
veían muy emocionados metidos en su papel. Mientras tanto yo seguía allí de pie,
parada, bajo la atenta mirada de aquellas mujeres.
Tres de ellas eran jóvenes, tendrían ya los veinte algo.
Eran delgadas, morenas, bastante voluptuosas en lo que se refería a curvas
femeninas. Dos de ellas tenían el pelo ondulado y la restante muy muy rizado.
La otra mujer ya aparentaba tener casi los cuarenta. Si fuese un poco más mayor
hubiese jurado que eran madre e hijas, pero para eso las tendría que haber
tenido, al menos a la mayor, a los 15 años más o menos. Esta estaba bastante
rellenita. Tenía unos pechos muy pronunciados y ya algo caídos. Una tripa
considerable, unos brazos que daban algo de miedo y era más baja en estatura
que las otras mujeres.
-Amm… yo…-comencé a hablar, tras un eterno silencio-Verán…
yo no debería estar aquí, y me da miedo que me vais a hacer y qué le vais a
hacer a mi ropa asique… Un placer pero… nos vemos, hasta otra, ¿eh?-dije esto
mientras caminaba hacia atrás con sonrisa nerviosa y comenzaba a irme.
-Un momento, no puedes partir. Eres ahora propiedad de Lady
Lara.-dijo la que parecía ser la mediana de las tres.
-No, guapa, yo no soy propiedad de nadie. A sique, me piro.
-Alto ahí-una voz casi gutural sonó a mis espaldas. Me giré
despacio, con miedo a encontrarme a un toro o a un oso detrás de mí. La mujer
grandota se había pesto las manos en las caderas y me miraba fijamente. Tragué
saliva.-Eres ahora de la señorita Lara, nos han encargado vestirte y llevarte a
sus aposentos y así vamos a hacer.
-No… verá señora esto ha sido todo un fatal y enorme error…
-¡Qué vengas aquí ahora mismo he dicho!-dijo alzando aun más
la voz. Lo que más miedo me daba es que sabía que no estaba enseñando toda su
potencia de sonido.
-Va… vale, si. Quizás pueda quedarme un ratito, si-dije,
riendo nerviosamente, pero no muy alto. A ver si se le iban a cruzar los cables
y me soltaba un guantazo que me ponía la cara del revés.
Me cogieron entre la mujer grande y una de las chicas
llevándome a un cuarto contiguo donde había un gran armario. Empezaron a mirar
ropa y ropa y más ropa. Toda era del mismo estilo que toda esta especie de
feria.
-Vale, creo que esto te valdrá. Tienes que tener más o menos
mi taya asique, servirá-dijo joven de ojos verdes con voz dulce. La miré de
arriba abajo y si… más o menos éramos de la misma altura y tamaño en general,
solo que ella tenía más pechos que yo… o eso parecía. No sabía ya bien si era
ella en natural o ese tremendo corsé que le ponía los senos de corbata.
Miré lo que me querían poner, era como un disfraz medieval
de noble. Cuando lo tuve puesto me miré al espejo. Nunca me había sentido
cómoda entre vestidos… nada cómoda, a decir verdad.
La tela era buena, pero no tan buena como la que había visto
en lo que llevaba puesto Lara. Era de color azul apagado. Hacía un escote en U,
sin llegar a mostrar demasiado el canal de los senos. Tenía bordados de un
amarillo apagado, pero bonito. En el centro se entrelazaba hasta el fin del
vientre, donde se cruzaba con otro bordado que marcaba la cintura. El vestido
llegaba hasta el suelo, y casi me daba pena mancharlo de lo bonito que era. Las
mangas eran también muy largas, cubrían mis manos, pero estas tenían fácil
salida entre su finura.
Me veía y no me reconocía. La última vez que me había puesto
vestido fue… ya ni lo recordaba. Y ahí estaba yo, reflejada en el amplio
espejo. Me habían retocado también el pelo, siendo capaces de controlar mis rebeldes
rizos, adecuándolos hasta hacerme un medio recogido. Estaba guapa, no podía
negarlo, me sentaba bien lo que me habían hecho, pero seguía siendo una chica
normal: Pelo negro como el carbón, rizado y largo. Mi estatura era normal,
estaba delgada pero sin llegar a la delgadez extrema. No me quejaría si tuviera
más pecho, pero en proporción con mi complexión era lo adecuado. Lo que si que
me gustaban de mi eran los ojos. En realidad eran marrones, que no es un color
que sea del otro mundo, pero tenían un pequeño tono cobrizo del cual siempre me
había sentido orgullosa; pese a todo, a mi me parecía un marrón bonito.
-Bien, preciosa. Toda una señorita. Ahora irás a los
aposentos de Lady Lara.-dijo la mujer grande, la cual seguía intimidándome
aun.-Llévala tu, Sofí, querida.
La joven asintió y con delicadeza me empezó a conducir fuera
del local, pasando por el patio y entrando de nuevo en el castillo.
-Eh, un momento. ¿Qué van a hacer con mi ropa?-pegunté,
girándome. No me gustaba aquello, me habían quitado el sujetador y me sentía
desnuda. Entendía que quisieran ser realistas y en el medievo no hubiera
sujetadores, pero habría jurado que, por sus caras, nunca habían visto uno. No
me fiaba de lo que fueran a hacer con él.
-No hay por qué preocuparse por eso. Madre la lavará y
guardará a buen recaudo.
-¿Esa era tu madre?-Pregunté, extrañada. Ella asintió-¿Y las
otras tus hermanas? Os parecéis.
-Así es.-contesté con simpleza mientras empezamos a subir
unas interminables escaleras de caracol, en cuyos extremos se alzaban dos muros
de piedra donde de vez en cuando aparecía una pequeña abertura, que de ser un
poco más grande abría jurado que era un intento de ventana. Al menos entraba
algo la luz y era algo más fácil no matarnos por aquellas horribles escaleras.
-Pero, si no os saca demasiados años. Os tuvo que tener
antes de los 20
-Claro. A mi hermana mayor, Clara, la tuvo con 14. A mí dos
años después y a la menor, Diana, la tuvo a los 19.
-¿¿Cómo va a tener hijos a los 14?? Si aun era una niña-mi
asombro era evidente
-Ya era una mujer, podía concebir hijos-Dijo sin más, como
si fuera lo más normal del mundo. Iba a seguir preguntando pero se paró frente
a una puerta, tras entrar en un largo pasillo repleto de muchas más.-Es aquí.
Toco a la puerta, al no obtener respuesta al tiempo la abrió
y entramos en ella. Fue entonces cuando me llegaron a la cabeza las palabras
que me dijo Lara cuando la conocí: “A mi humilde morada”. Si eso era lo que
ella llamaba humilde, que me colgasen ahora mismo.
La habitación era más grande que mi salón y mi terraza
juntos. Las paredes eran de piedra, el suelo de madera y había una grandísima
alfombra burdeos decorada en el centro. También había una gran cama de
matrimonio, típica de la época que se intentaba imitar aquí: con cuatro
columnas que emergían desde los cabeceros de la cama, uniéndose arriba por
finos tablones de madera. Una gran tela de un blanquecino translúcido caía
sobre ella, cubriéndola, atándose en cada columnilla de madera con un cordel de
seda. Las almohadas eran pomposas y de plumas. La colcha era de tela gruesa,
también de tono burdeos, pero se podía apreciar que bajo ella las sábanas
blancas eran de seda.
Al otro lado de la habitación había una cómoda con un amplio
espejo, repleta de objetos de belleza femenina. Al lado había una puerta
corrediza medio abierta, desde donde se podía ver algo de ropa al fondo.
Parecía ser un armario de pared, y bastante grande. Había otros muebles como
dos sofás, un pequeño diván y un baúl, entre otros, pero eran menos
destacables. Lo único del restode muebles que me llamó la atención era una
estantería bastante amplia repleta de libros.
Al lado de la cama había unas puertas de cristal que dejaban
entrar mucha luz, se podía distinguir que daba a un pequeño balconcito de
piedra.
-Dios, mío. Dime que no vive aquí.-dije anonadada, aun
mirándolo todo.
-Este es el dormitorio de Lady Lara-dijo ella, con
tranquilidad.-Pero ahora no se encuentra en él. Aguardarla aquí, pronto
llegará. Yo tengo que volver a mis labores.
-Ah… bueno… vale… está bien. Gracias por acompañarme… am…
¿Sofí? ¿Así te llamas?-Ella asintió con una dulce sonrisa, parecía que todo en
ella era dulce. Si la ponía en una tortita caliente seguro que se fundiría en
ella.
-¿Y vos?
-Ah, yo… Ariadna, siento mi educación-dije, mientras me
rascaba la nuca algo avergonzada. Ella asintió de nuevo, aun con la sonrisa en
los labios y se fue cerrando la puerta tras de sí.
Me quedé sola en aquella inmensa y solitaria habitación, por
lo que me dediqué a observarlo todo con algo de detenimiento. Llegué a la
estantería y repasé los libros. Todos eran de fantasía, de caballerías y de
aventuras. Si estos eran de Lara ya podía imaginarme que le gustaba leer.
-¿Sabéis leer?-se escuché decir, suave y tranquila, tras mis
espaldas. Me sobresalté y di un respingo, girándome para mirar quien era la que
había entrado tan silenciosamente. Vi a Lara en la puerta y me relajé un poco
más, suspirando.
-Dios, que susto.-cuando recobré el aliento miré de nuevo
los libros, me había hecho una pregunta-¿Eh? Claro. ¿Cómo no voy a saber leer?
-Tenéis que venir de una alta cuna, pues… Y si no… ¿Quién os
enseñó? ¿Un Señor al que servisteis antaño, quizás?
-Eh, eh, eh. Para el carro. En principio, yo no sirvo a
nadie. Y segundo… deja ya ésta tontería de hablar en modo antiguo. Tanto pasado
me ésta dando dolor de cabeza, es como si estuviera en clase de historia.
Ella frunció el ceño, como extrañada.
-No… No os entiendo… Vuestro lenguaje…-parecía muy confusa.
Sacudió levemente la cabeza y continuó.-Ahora sois mi sirvienta. No me quedó
otra alternativa, estabais en el bosque del rey. De no haber actuado así os
habrían ahorcado.
-Ya, ya, gracias por hacerme tu esclava y esas cosas. Pero
ahora, quiero irme a casa. No si ni donde estoy, pero estoy cansada. Me habéis
hecho ponerme esta estúpida ropa, peinarme de esta curiosa manera y perder
mucho tiempo asique. Buen día, si puedes indicarme la salida, mejor que
mejor.-dije mientras la apartaba a un lado y abría la puerta para irme.
-Aguardad…-suspiré al escucharla, si no fuese porque era tan
guapa ni me hubiera parado. Me giré para mirarla, cansada de discutir.-Por
favor, hablemos. Todo esto es muy confuso y deseo ayudaos-alzó la mano
indicando que me sentara en uno de los pequeños sofás de la esquina. Suspiré de
nuevo y fui a regañadientes, cerrando la puerta tras de mí y sentándome
pesadamente sobre el sofá. Ella se sentó con delicadeza en el otro y aguantamos
un segundo la mirada.-Decidme… ¿de qué hacíais en el bosque del rey?
-Ni si quiera sabía que estaba en el bosque ese del rey. Lo
último que recuerdo es... que iba en mi coche y… no sé… He tenido que tener un
accidente muy gordo y habré perdido la memoria porque no recuerdo nada más
salgo el dolor de un impacto y encontrarme directamente en el bosque ese con el
que estáis tan pesados. ¿Qué ciudad es esta?
-¿Co…che? ¿Qué es un coche?¿Una especie de animal,
quizás?... Estáis en Buthwock, reino del rey Silvio V el Montero. Ahora mismo
estáis en el castillo central. No tenéis ningún rasguño, no parece que
tuvierais ningún accidente.
-Oye, ya he dicho que dejes de jugar a ese juego. No me
digas que no conoces lo que es un choche…-Negó ante mi pregunta. Esto tenía que
ser la tomadura de pelo del siglo. Resoplé, enervada.-Con cuatro ruedas, de
metal… un volante, un motor… te lleva a sitios…-seguía negando, con cara aun
más confusa que antes-Oh, por los santos dioses… esto no me puede estar
pasando… ¿Buth…qué? Joder, si yo estaba en una de las carreteras que llevan del
extrarradio de Madrid, dirigiéndome a Cádiz. ¿Silvio V el Montero? ¿Pero qué
mierda de nombre es ese?-me había levantado y ahora andaba de un lado para el
otro, apunto de darme un ataque de nervios, sin dar crédito a todo lo que oía.
-Madrid… Cádiz… no… no soy conocedora de dichos lugares y si
existen no se hallan cerca de aquí, eso puedo asegurároslo.
-Agggg. Maldita sea. ¿Cómo que no los conoces? ¿Conoces
España? ¿Europa? ¿Conoces el mundo? ¿Eh? ¿Conoces el puto mundo o vivimos en un
globo a la deriva en el espacio?-Empecé a gritarla, histérica.
-No. No conozco ninguno de esos lugares y no pienso permitir
que me habléis en ese tono-su voz ya no era dulce ni suave, sino ruda y seca.
Su rostro acompasaba su tono y estaba rígida, mirándome fijamente, con el ceño
algo fruncido.
Mis ojos se empezaron a llenar de lágrimas y caí a plomo
sobre el sofá, cubriéndome la cara con las manos.
-Esto tiene que ser un sueño, un mal sueño y nada más… Todo
esto… esto es demasiado. Tengo que despertar…
Sentí una mano en mi hombro.
-Lamento vuestra confusión… Comprendo que os sintáis así si
os habéis extraviado del camino.
-No, no me he extraviado de ningún lado. ¡Dios santo! Esto
tiene que ser un sueño, quiero despertar ya.-Cada vez estaba más nerviosa e
histérica.
-Por favor, tranquilizaos, hallaremos una solución.
-De eso nada, no hay solución, tengo que estar en el
infierno. ¡No! En un sitio peor. No me creo que el infierno huela tanto a
excremento de animal, o de persona… ¡da igual!-empecé a verlo todo borroso, ya
no solo por las lágrimas, sentía como si me diese una bajada de tensión.
Me desplomé sobre el suelo, inconsciente mientras escuchaba
una voz lejana.
-…¿¡Estáis bien!?... ¡Ayuda!...
Cada vez era más distante, cada vez la escuchaba menos. Todo
quedó de nuevo negro. Volvía a estar yo, sola, en este inmenso vacío. Ya había
estado aquí… Vi una luz al final del túnel. “Oh… perfecto. O estoy loca del
todo o ahora si que la he palmado” pensé, abatida “El sitio medieval ese… ¿era
el limbo? Si es el limbo pobre de todas las personas que pasen por el, huele
tremendamente mal…” Comencé a caminar hacia la luz, con resignación cuando
sentí un fuerte impacto en la cara. No dolía, pero me dio un susto de muerte.
Volví a sentirlo una vez más. La claridad tras mis espaldas
comenzó a crecer, la luz blanca del fondo se alejaba. Me giré, y toda aquella
luz comenzó a absorberme. Entrecerré los ojos, protegiéndomelos con la mano.
Una ráfaga de agua calló sobre mi cara y, sobresaltada, me incorporé a toda
prisa.
Noté que estaba empapada. No era sudor, era agua, agua muy
muy fría y yo estaba tiritando. Estaba en la habitación de Lara, frente mía
había un viejo calvito y arrugado que no conocía de nada. Al fondo había dos
soldados con la espada desenvainada mirándome con miedo y cautela y alguien me
tenía entre sus brazos. Miré hacia arriba y la luz me cegó por un momento.
Cuando logré aclarar la vista la vi a ella, era Lara, su calor me recomponía y
su aroma me embriagaba. Empecé a cerrar los ojos de nuevo cayendo, agotada, en
un profundo sueño.